I.
Revista

jueves, 11 de diciembre de 2008

"El silencio del testigo"

La editorial ANAGRAMA lanza una nueva edición conmemorativa para celebrar los veinte años de Mimoun, de Rafael Chirbes. En ella rescata textos de Carmen Martín Gaite ("El silencio del testigo" recogido anteriormente en Agua pasada) y de Jorge Herralde.

Escribí el libro en ese estado que llaman de gracia. Excitado, avanzando capítulo a capítulo, y no abriéndome paso entre montones de escombros como me ha ocurrido con la mayoría de los siguientes. Mientras lo escribía, y una vez acabado, se lo había pasado a algunos amigos y a todos parecía gustarles, así que me animé a dejárselo a una de las personas cuya sensibilidad literaria notaba más cerca, Carmen Martín Gaite. Carmen y yo hablábamos por teléfono de libros durante horas enteras, y El cuento de nunca acabar me parecía –y me sigue pareciendo– una de las más hermosas reflexiones en lengua castellana sobre qué pueda ser la escritura. Martín Gaite, además, ejercía como mentora del gusto en sus certeras y exigentes críticas en Diario 16. Una noche quedé a cenar con ella, y, a los postres, le entregué el pequeño tomo, que había cuidadosamente encuadernado.Nos despedimos pasada la media noche y, a las diez de la mañana, sonó el teléfono: había leído más de la mitad del libro y le parecía excelente. Por la tarde me llamó de nuevo. Ya lo había acabado. “Nos preguntamos muchas veces para qué escribimos”, me dijo. “Tu libro es de esos que nos dan una respuesta: escribimos para salir limpios del fondo de lo peor”. Y me recomendó: “No busques editor, estoy segura de que a Herralde le gustará mucho, y creo que Anagrama es la editorial en la que vas a encontrarte más a gusto”. En efecto, un par de meses más tarde, fue el propio Jorge Herralde quien me telefoneó. Estaba entusiasmado con Mimoun, y me proponía presentarlo al premio. “No creo que el jurado tenga muchos libros mejores que éste”, fue su argumento.En noviembre del 88, Mimoun resultó elegida finalista del premio Herralde y, a mis 39 años, por fin me encontré entre las manos con un libro que yo mismo había escrito. Me costaba creérmelo. Estaba emocionado y asustado, y me asusté aún más después de la primera crítica que obtuvo –media interminable página en el periódico de mayor tirada del país–, que fue demoledora. Tras leerla, miraba el librito y sentía pena por él: una forma de sentir pena por mí mismo. Pensaba: “Apenas cien páginas en treinta y nueve años, para esto”. Por suerte, a los pocos días empezaron a aparecer opiniones que me confortaron: Santos Alonso, Pombo y Millás le dieron la bienvenida a un nuevo escritor. Martín Gaite escribió un emocionante texto. Y Mimoun empezó a tener su propia vida: se tradujo enseguida al alemán, y, luego, a otros idiomas. Aún hoy algunos amigos piensan que es el mejor libro que he escrito, una flor exótica en el árido jardín de Chirbes. No es así: en Mimoun están en germen los temas que he ido desarrollando luego. Como tampoco es verdad que fuera una primera novela de extraña madurez, como apuntaron algunos críticos. Cuando la escribí, llevaba ya tres libros guardados en el cajón, y un montón de folios abortados. A pesar de estar envuelta por cierto aura de malditismo, Mimoun era más hija de Balzac que de Rimbaud; fruto de un esfuerzo continuado, más que de un fogonazo de la inspiración.

Rafael CHIRBES (20/12/2007 en EL CULTURAL).

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