A la altura de nuestro tiempo, leemos las cartas de la clarisa portuguesa por la traducción de Martín Gaite, tan sugerente y exacta, y nuestro interés crece por momentos. El inicio nos trae recuerdos literarios.
Cuando acaba de írsenos Carmen Martín Gaite, aparece ésta su obra póstuma, tan interesante como atípica en su producción literaria: la edición de un epistolario cuasi romántico, en que Sor Mariana Alcoforado, monja clarisa de Beja, escribe cinco cartas de amor a un oficial francés, Noël Bouton, Conde de Saint-Léger, llegado a aquella plaza en 1665 para intervenir contra España en la guerra de secesión de Portugal que acabó en 1668. En esas misivas, la religiosa da salida a un amor vehemente por dicho militar, que la había abandonado tras seducirla.
Sumida en un mar de confusiones, ella da suelta a sus sentimientos con palabras de amor incontenible, reproches desesperados, súplicas patéticas e imprecaciones a la locura que, paradójicamente, dice mantenerla viva.
Este breve texto se halla enmarcado por un prólogo de Carmen Martín Gaite, y un artículo de Emilia Pardo Bazán, publicado en 1889 en “La España Moderna”, que sirve de epílogo. El prólogo es un estudio de corte académico -en la Bibliografía echo en falta el original estudio de Guillermo de Torre “Mariana Alcoforado, la enamorada del amor” (Madrid, 1970)-. Con una prosa tersa y expresiva, Martín Gaite nos cuenta cómo fue presentado este verdadero “poema epistolar” o “drama en cinco actos” en la tertulia de Mme. de Sévigné por el abate Huet, “pequeñito e intrigante, correveidile de todos los mentideros de París”, en 1669. Con buena apoyatura documental -sobre todo, H. Bordeaux, Mariana, la religieuse portugaise (París, 1934)-, la prologuista explica el excepcional valor literario y sentimental de las cartas, aunque las cree obra de un tal Gabriel de Guilleragues, francés, maestro de seductores y habilísimo imitador de cartas amorosas. La obra tuvo gran éxito -noventa ediciones en menos de siglo y medio-, e influyó en escritores de la talla de Racine, Mme. de Sévigné, Mme. de La Fayette, Choderlos de Laclos y otros.
Frente a la fina prosa crítica de Martín Gaite, la Pardo Bazán escribe un discurso apasionado, lleno de juicios morales y feminismo. Dª Emilia conoció la “leyenda” por el texto de L. Cordeiro -Soror Mariana: A freira portugueza-, adquirido en Lisboa, según dice, en 1888. Nuestra gran novelista piensa, contra A. Herculano, C. Castelo Branco o M. Menéndez y Pelayo, y de acuerdo con T. Braga, que el epistolario es indudablemente auténtico. Hablando del monasterio de la Concepción de Beja, donde residió sor Mariana desde los dieciséis años, escribe que “en sus gruesas paredes y bóvedas sombrías se apoyaron los encendidos suspiros de la Eloísa lusitana” -el paralelo con la enamorada de Abelardo lo había establecido, ya en el siglo XVII, el abate Villiers-. Retrata con negros trazos el galán, y con indulgente comprensión a sor Mariana, -“aunque monja sacrílega, no fue monja impía”-, enamorada trágica que, tras luchar sin éxito por el triunfo de su amor, escribió sus cartas “con sangre del corazón”, como Teresa de ávila sus éxtasis y deliquios místicos.
A la altura de nuestro tiempo, leemos las cartas de la clarisa portuguesa por la traducción de Martín Gaite, tan sugerente y exacta, y nuestro interés crece por momentos. El inicio nos trae recuerdos literarios, desde novelas sentimentales hasta cuentos de “galanes de monjas”. “Creo -dice doña Emilia- que una vista lince podrá descubrir en estas cartas algún aliño, algún almidón retórico impropio de la pluma de la monja”. Pero cuando penetramos en el libro y entendemos su estética, nos subyuga su angustia, su virginal temblor ante el hechizo de la manzana paradisíaca, el vértigo de los abismos del corazón humano -del corazón de la mujer, humano dos veces-. Y al final, la “razonable” resignación ante lo inasequible del ideal nos trae la melancolía del desenlace de Don Quijote. Lo más bello de la vida es ficción y fantasía -Noël Bouton sólo era en realidad “un tronera de oficialillo francés”-, y nuestra tortura no poder abrasarnos en imaginarios incendios. Nos quejamos un instante, y pasamos como un velero por el mar. Sólo nos queda, en el mejor de los casos, la estela de unas bellas palabras testificales, lo que llamamos literatura.
Cuando acaba de írsenos Carmen Martín Gaite, aparece ésta su obra póstuma, tan interesante como atípica en su producción literaria: la edición de un epistolario cuasi romántico, en que Sor Mariana Alcoforado, monja clarisa de Beja, escribe cinco cartas de amor a un oficial francés, Noël Bouton, Conde de Saint-Léger, llegado a aquella plaza en 1665 para intervenir contra España en la guerra de secesión de Portugal que acabó en 1668. En esas misivas, la religiosa da salida a un amor vehemente por dicho militar, que la había abandonado tras seducirla.
Sumida en un mar de confusiones, ella da suelta a sus sentimientos con palabras de amor incontenible, reproches desesperados, súplicas patéticas e imprecaciones a la locura que, paradójicamente, dice mantenerla viva.
Este breve texto se halla enmarcado por un prólogo de Carmen Martín Gaite, y un artículo de Emilia Pardo Bazán, publicado en 1889 en “La España Moderna”, que sirve de epílogo. El prólogo es un estudio de corte académico -en la Bibliografía echo en falta el original estudio de Guillermo de Torre “Mariana Alcoforado, la enamorada del amor” (Madrid, 1970)-. Con una prosa tersa y expresiva, Martín Gaite nos cuenta cómo fue presentado este verdadero “poema epistolar” o “drama en cinco actos” en la tertulia de Mme. de Sévigné por el abate Huet, “pequeñito e intrigante, correveidile de todos los mentideros de París”, en 1669. Con buena apoyatura documental -sobre todo, H. Bordeaux, Mariana, la religieuse portugaise (París, 1934)-, la prologuista explica el excepcional valor literario y sentimental de las cartas, aunque las cree obra de un tal Gabriel de Guilleragues, francés, maestro de seductores y habilísimo imitador de cartas amorosas. La obra tuvo gran éxito -noventa ediciones en menos de siglo y medio-, e influyó en escritores de la talla de Racine, Mme. de Sévigné, Mme. de La Fayette, Choderlos de Laclos y otros.
Frente a la fina prosa crítica de Martín Gaite, la Pardo Bazán escribe un discurso apasionado, lleno de juicios morales y feminismo. Dª Emilia conoció la “leyenda” por el texto de L. Cordeiro -Soror Mariana: A freira portugueza-, adquirido en Lisboa, según dice, en 1888. Nuestra gran novelista piensa, contra A. Herculano, C. Castelo Branco o M. Menéndez y Pelayo, y de acuerdo con T. Braga, que el epistolario es indudablemente auténtico. Hablando del monasterio de la Concepción de Beja, donde residió sor Mariana desde los dieciséis años, escribe que “en sus gruesas paredes y bóvedas sombrías se apoyaron los encendidos suspiros de la Eloísa lusitana” -el paralelo con la enamorada de Abelardo lo había establecido, ya en el siglo XVII, el abate Villiers-. Retrata con negros trazos el galán, y con indulgente comprensión a sor Mariana, -“aunque monja sacrílega, no fue monja impía”-, enamorada trágica que, tras luchar sin éxito por el triunfo de su amor, escribió sus cartas “con sangre del corazón”, como Teresa de ávila sus éxtasis y deliquios místicos.
A la altura de nuestro tiempo, leemos las cartas de la clarisa portuguesa por la traducción de Martín Gaite, tan sugerente y exacta, y nuestro interés crece por momentos. El inicio nos trae recuerdos literarios, desde novelas sentimentales hasta cuentos de “galanes de monjas”. “Creo -dice doña Emilia- que una vista lince podrá descubrir en estas cartas algún aliño, algún almidón retórico impropio de la pluma de la monja”. Pero cuando penetramos en el libro y entendemos su estética, nos subyuga su angustia, su virginal temblor ante el hechizo de la manzana paradisíaca, el vértigo de los abismos del corazón humano -del corazón de la mujer, humano dos veces-. Y al final, la “razonable” resignación ante lo inasequible del ideal nos trae la melancolía del desenlace de Don Quijote. Lo más bello de la vida es ficción y fantasía -Noël Bouton sólo era en realidad “un tronera de oficialillo francés”-, y nuestra tortura no poder abrasarnos en imaginarios incendios. Nos quejamos un instante, y pasamos como un velero por el mar. Sólo nos queda, en el mejor de los casos, la estela de unas bellas palabras testificales, lo que llamamos literatura.
Cristóbal CUEVAS
No hay comentarios:
Publicar un comentario