I.
Revista

viernes, 20 de noviembre de 2009

La flauta de los dedos



El otro día escribía sobre lo dañada que está la literatura en castellano. Se considera genio y maestro a quienes no lo son ni de lejos. Ni tienen obra que sostenga admiraciones. Seguimos huérfanos de Cela, Torrente o Carmen Martín Gaite. Apenas nos quedan Ferlosio con sus cosas, algún Goytisolo, Pombo y dos monstruos, Delibes y Ana María Matute. Viene a cuento de que a Miguel Delibes le han dado la medalla de oro de Castilla y León. Con la salud debilitada, recibió el galardón en zapatillas y dijo con su sentido común: . La letra de la Academia es un hombre tan transparente como su prosa. Es una pena que ya no escriba. El castellano de Delibes es el mejor espejo del lenguaje que tenemos. Hizo literatura hasta con sus tratados de caza. Solo Los santos inocentes tapa cualquier boca crítica. Nos hizo llorar con el regalo póstumo que le hizo a su esposa fallecida en Señora de rojo con fondo gris. Su teatro, Cinco horas con Mario, sus libros sobre niños, El príncipe destronado, o sus relatos son hallazgos de quien sabe que las palabras son minerales preciosos, si se saben combinar en la danza del folio. Y encima se despidió a lo grande con un homenaje a su ciudad, Valladolid, en su única novela histórica, El Hereje. La Contrarreforma, Carlos V y Cipriano Salcedo, en un libro trepidante. Ya no hay Delibes que escriban música con la flauta de los dedos.

1 comentario:

Jenn Díaz dijo...

Me marea de placer leer a Miguel Delibes. No sabía que Señora de rojo sobre fondo gris era un homenaje a su esposa. Ahora es, si cabe, más emotivo.
Ahora estoy con Primera memoria, de Ana María Matute.

Un saludo, David.