Leer Entre visillos supone, para alguien que posea un mínimo bagaje literario, la evocación de muchas otras obras escritas por mujeres, y no necesariamente novelas, que son, como ésta, un grito ahogado en el silencio de su tiempo. Son muchas las sensaciones que el lector experimenta desde que se asoma a la primera página - “Ayer vino Gertru” - hasta que acaba despidiéndose de Pablo Klein y la mayoría recorren un fino camino entre la rabia, el dolor y la angustia de ser testigos del nulo papel que la mujer protagonizaba en España durante el siglo XX y la sociedad que lo consentía. Hablar de Entre visillos significa, por tanto, hablar de muchas cosas pero en especial de esa mujer escondida y retenida entre peinetas, visillos y mesas camilla.
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