I.
Revista

jueves, 16 de octubre de 2014

Tiempo atrás... Carmen Martín Gaite, por Rosa Montero

La credibilidad del relato estriba en que el narrador se esté creyendo lo que cuenta

Son exactamente las ocho y cuarto de la tarde cuando Carmen Martín Gaite aparece sentada tras la mesa del salón de actos del Ateneo. Y digo aparece porque el público que casi llena el primoroso y raído teatrillo no ha advertido la llegada de la escritora (tan subrepticia y tímidamente hizo su entrada), de tal modo que es de repente y entre dos parpadeos cuando la descubrimos allá arriba, como espíritu recién materializado. "Mis editores me han dejado sola ante el peligro", dice con la voz temblequeante de los arranques. Y sí, se la ve muy sola, diminuta en grises (plomizo el traje de chaqueta, plateado el pelo), perdida tras la enorme mesa de madera, aplastada por el lujo marchito de este salón de actos con vocación de teatro de postín.¿Por qué este local para la presentación? Porque "ahora mismo me estoy viendo en la biblioteca del Ateneo, donde he escrito más de la mitad de todo lo que he escrito en mi vida y que ha sido mi segunda casa, mi refugio durante más de veinte años". De cuando en cuando, Carmen hace una pausa y se agarra al vaso de agua como una náufraga de la oratoria: moja los labios, muerde quizá el cristal con dientes que castañetean un poco y saca así el aliento necesario para proseguir: "Aprovecho la ocasión para desear que el Ateneo vuelva a ser el refugio placentero que siempre fue y no un campo de batalla, lo logre quien lo logre, que en esto no voy a meterme".


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