Académica "in pectore"
ABC, 24/7/2000
Por Víctor GARCÍA DE LA CONCHA
En la última semana, el premio Príncipe de Asturias de las Letras 1988 ha perdido a sus dos ganadores: José Ángel Valente y Carmen Martín Gaite.
Al recuerdo personal, y por lo tanto doloroso, se sobreimpone también el de esa generación o promoción de los años 50 en poesía y prosa que ha ido desapareciendo de una manera prematura. En poesía, hace unos días, José Ángel Valente, pero antes Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral, José Agustín Goytisolo, Claudio Rodríguez. Y en novela, Ignacio Aldecoa, Luis Martín Santos, Juan Benet, Juanito García Hortelano y ahora Carmen Martín Gaite. Una desaparición brutal de unas promociones que renovaron la Literatura a partir de los años 50, entroncándola con la modernidad europea y con la tradición gloriosa de los años anteriores a la guerra civil. A Carmen Martín Gaite le gustaba siempre presentarse como una chica de provincias, como una chica de Salamanca, donde su padre era notario y donde ella, en el Instituto, fue alumna absolutamente predilecta de Rafael Lapesa. El académico la recuerda como una niña de coletas, vivísima y con una pluma privilegiada ya de joven estudiante de Bachillerato. Y después en la Facultad. Recién llegado a Salamanca, yo invité a Carmen a que viniera a mi clase para recordar lo que había sido su formación universitaria. Y ella lo relacionaba siempre con lo que era la Salamanca que también reflejaba en su "Entre visillos". Ese mundo provinciano a ella le encantaba.
Después, he tenido un trato con ella de amistad muy intensa a raíz de haber hecho juntos, con Josefina Molina, la serie de televisión "Teresa de Jesús", en la que colaboramos en el guión Yo ponía la base documental, histórica. Josefina Molina, el esquema de dramatización de la línea televisiva y Carmen Martín Gaite, sobre esas dos bases, ya realizaba la creación literaria. Ella hizo primero una primera redacción y después nos reunimos -nunca lo olvidaré- en una "suite" del Hotel Suecia y aquello fue una experiencia para mí excepcional. Fue como entrar en el laboratorio literario de Carmen Martín Gaite, como en su escritorio. Y yo entonces admiré y fue cuando me dí cuenta de la enorme capacidad, del genio literario de esta mujer. Porque creaba Literatura de una manera absolutamente espontánea. Siempre la he puesto en relación -y se lo dije en alguna ocasión- con algo que decía Antonio Machado, por boca de Juan de Mairena: "No dejéis que se os muera la lengua viva". Y la lengua viva para Machado era la lengua hablada. Hay gente de la que se dice: "Habla como un libro, habla acartonado". Carmen Martín Gaite es lo contrario.
En sus libros, lo que hay es la frescura de la lengua viva del pueblo. De la lengua viva de la clase media, en la que ella siempre insistía: "Yo soy una chica de clase media". Y eso lo viví de una manera extraordinaria. Era formidable ver cómo creaba escenas. Era lo mismo cuando contaba cosas de su juventud. Aquellas procesiones de después de la guerra, largas procesiones con sus mantillas, en donde de repente empezaba a llover y ella reproducía lo que el cura de turno decía: "Son cuatro gotas, ofrezcánlas a Dios". Reproducía la voz. Creaba y recreaba situaciones con una enorme facilidad. Y era una excelente ensayista, no sólo novelista. Le encantaba documentarse, por ejemplo, sobre los usos amorosos del siglo XVIII, sobre el proceso de Macanaz...
Guardo otra experiencia que fue la de mi frustrado intento -uno más- para hacerla académica. Ella se ha muerto como académica "in pectore" de muchos académicos y de la Academia en general. Porque fue Rafael Lapesa y después Pedro Laín, quien le dijo que tenía que estar en la Academia y le pidió que le dejara presentarla. Y Carmen se resistió. Se resistió a Rafael Lapesa y se resistió a Laín y se resistió a Fernando Lázaro. Ya, como secretario, yo sabía que Fernando Lázaro había hecho intentos. Y después, cuando fui elegido director, una de las primeras cosas que hice fue pensar que ya habían pasado años y que dada la buena relación que teníamos por haber hecho juntos "Santa Teresa", que quizás podría convencerla. Pero no porque yo tuviera más fuerza de convicción que Lapesa, Laín o Lázaro sino por esa relación personal. Y hablé con comunes amigos. Con Jubi Bustamente y con Amancio Prada, para preparar un poco el terreno... Ella había pasado unos años muy malos, sobre todo a raíz de la muerte de su hija. Y entonces yo pensaba que había pasado algún tiempo y que quizás ahora podía ser, sobre todo cuando ya estaban en la Academia, digamos, "compañeros de su generación", como Ángel González... La llamé para quedar a cenar y nada más llegar me dijo. "¿No me habrás llamado para hablar de la Academia?" Yo le dije que sí y la encontré absolutamente cerrada. Empezó a ponerme, primero, disculpas y después me dijo lo que ella consideraba su verdad: "Mira Víctor, yo no sé hacer más que una cosa. No valgo para hacer varias cosas al tiempo y a mí me ha costado mucho asumir, que aún no lo he terminado de asumir, la muerte de mi hija y me ha costado mucho recomponer lo elemental para poder vivir.Un chamizo para poder vivir. Una tienda de campaña para poder sobrevivir. Y esa es la Literatura de creación. Eso es escribir. Y si ahora que estoy ya y que he logrado tener en pie de manera precaria esa cobertura de mi mundo de escritura, si tengo que empezar a hacer otra cosa -y yo, me conozco, si voy a la Academia es para trabajar porque en la Academia los que tenéis que estar sois filólogos que son los que tenéis que trabajar en ello- yo no puedo ahora..." Y entonces me dí cuenta de que esta mujer se había creado un refugio en la Literatura y no quería nada que pudiera poner en riesgo ese refugio que era para ella el mundo de la escritura. Y entonces me habló muy largamente, toda la noche, de proyectos que tenía, de novelas, de ensayos, de cosas que quería escribir y naturalmente yo acepté, cómo no, su explicación y comenté con mis compañeros de Academia que mi gestión había resultado fallida como la de Lapesa, Laín o Lázaro. Por eso yo digo que es académica "in pectore". Y además fue incluso de una generosidad tal que me dijo y empezó a darme nombres de posibles académicos. Decía que tenía el mayor respeto a la Academia pero no quería salir de este mundo suyo. Ella había logrado un refugio, después de los años dificilísimos que había pasado, y no quería salir de ahí.
Carmen era un torrente de vida, de gracia. Una persona a la que la vida había tratado -en alguna etapa- de manera dura y que tenía una vitalidad desbordante. Desbordante de ingenio y de ternura.
1 comentario:
Es impresionante la labor que está realizando sobre la obra de Carmen Martín Gaite.
YO, a La Gaite, le debo muchas cosas. Como perder algún miedo.
Hace unos días, redactando un discurso, no sabía como terminarlo. Abrí un libro, y allí estaba el final que necesitaba: un verso de Machado.
Gracias a ti también.
(Con tu permiso, he copiado una imagen y la he colgado en mi blog).
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